Llueve, y que lluvia.
Pudiera decir que llueve y mi cuerpo llora, mi ser entero. Desgarrando las entrañas.
Que al lavar la tierra también se lava mi ilusión, que se pierde mi porvenir en la bruma de la tarde. Me busco en los ríos para encontrarme en cayendo en pedazos. Chocando mil veces sobre el suelo, estallando con gritos de dolor en cada impacto, para así formar charcos con mi pesar.
Pero por poético que suene, no es cierto. La verdad es que está es mi clase de lluvia. Reparadora, vibrante, completa. Cada gota una caricia que me reconforta. Deslavando poco a poco mis heridas para mostrar algo más fuerte que yacía debajo desde el comienzo. Bruma que enaltece la fuerza de mi ser como lo hace con la majestuosidad de la montaña. Cada gota es la explosión del éxtasis, liberando la alegría de la vida que se ocultaba en el corazón de la gente fría. Formando un todo que me alivia.